Las Meninas, el dibujo al óleo más grande pintado nunca.
La obra cumbre del pintor y de la historia de la pintura resume el arte y los logros técnicos de Velázquez, un artista que piensa mucho y pinta poco, que utiliza el pincel con precisión, rapidez y gran soltura para captar la realidad magistralmente.
No creo que sea ningún tópico el decir que el cuadro Las Meninas, o La Familia de Felipe IV, pintado por Diego Velázquez en la última etapa de su vida, en torno a los años 1656-1657, es una obra cumbre del pintor y de la historia de la pintura. Además de ser la más difundida, resume muy bien lo que significa su arte y los logros técnicos que alcanzó en el transcurso de su creación artística.
El dominio de la composición, la puesta en profundidad, el tratamiento de la luz, la captación de la atmósfera y el movimiento, además de una técnica genial, se conjugan a la perfección en este cuadro, en el que uno puede ir poco a poco adentrándose, contemplándolo primero desde la distancia y caminando después hacia él como si pudiéramos entrar en la escena, mezclarnos con los personajes que la integran y, así, captar con mayor precisión la forma de pintar de nuestro artista.
Todo en una obra de Velázquez tiene un porqué, y el descuido aparente de cualquier elemento de los que introduce en su pintura es un recurso esencial para la comprensión de los efectos que el pintor quiere conseguir. Es un artista que piensa mucho y pinta poco, que descarta de su arte lo superfluo para quedarse siempre con lo esencial.
Las Meninas fue pintado sobre un soporte de lienzo constituido con la unión de tres bandas cosidas, colocadas en vertical y bien encoladas. El pintor extendió de forma rápida y desigual, con brocha y espátula, la base de la pintura que, al ser única, le sirve al mismo tiempo de preparación y de imprimación. La tonalidad ocre de este fondo y la forma de aplicarlo, a base de manchas, inciden de forma muy importante en los efectos finales del conjunto, ya que dan luminosidad a la composición y movimiento, puesto que las capas de pinturas superpuestas y la fluidez de los pigmentos, a veces, no llegan ni a cubrir esta base, la cual entra a formar parte del colorido del cuadro. Su técnica es tan rápida que lo normal es que a una primera capa de pintura, en la que se modula la tonalidad con el pigmento blanco, se le superponen unos simples trazos o veladuras finales.
La técnica de la pintura es directa, rápida y de gran soltura de pincel. Velázquez trabaja siempre a la prima, situando las figuras y los detalles de la composición con unas líneas elementales trazadas en oscuro. Las correcciones que introduce en el transcurso de la ejecución del cuadro son pequeñas, por lo general rectificaciones en los contornos, las más importantes las podemos encontrar en la colocación de la mano derecha de la infanta Margarita y sobre todo bajo el autorretrato de Velázquez, en donde aparece una figura que nada tiene que ver con la fisonomía del pintor, ya que el primer retratado era un personaje más joven, vestido de diferente manera y en una posición distinta.
El pintor modela las figuras de esta obra con algo más de pasta que como lo hace en otras de este mismo momento, aunque sin la precisión de las que aparecen en sus cuadros de los primeros tiempos sevillanos y madrileños. Las líneas aparentes, que podemos ver desde la distancia, se nos van desdibujando según nos acercamos al cuadro, haciendo borrosos los rostros de los retratados como la consumación de la técnica sutil y difusa empleada por Velázquez, con la que consigue una impresión concreta de la visión final, despreocupándose del concepto en boga, tanto en su época como posteriormente, acerca de la minuciosidad de la técnica y del acabado final que tanto estaba valorado. El desdibujamiento llega al máximo en la imagen de los reyes que refleja el espejo del fondo. Con brevísimas pinceladas el pintor nos transmite la fisonomía de los retratados, los detalles de los vestidos, la cortina del fondo y hasta el efecto del espejo a través de unas tenues transparencias de blanco. Lo mismo que el tratamiento de cada una de las figuras es diferente, también lo es el de las manos: están más trabajadas aquellas que están más iluminadas.
La infanta Margarita, hija de Felipe IV
La distribución de la luz la marca antes de comenzar a pintar la escena, colocando subyacentemente un punto de máxima iluminación en el centro de la composición, mediante una mancha blanca de base situada bajo el aposentador que aparece en la puerta que se abre al fondo. Esta luminosidad desciende a través de la escalera y finalmente se proyecta hacia el lado izquierdo de la escena, con el rayo de luz que traza el pintor restregando, casi en seco, el pincel en superficie.
La paleta que sostiene en su mano izquierda Velázquez es una síntesis, exceptuando el azul, de los pigmentos que emplea. Es un pintor que con unos pocos pigmentos llega a alcanzar unos recursos infinitos. La transparencia de los colores la consigue con la introducción de gran cantidad de aglutinante en las mezclas. Sus gruesas moliendas de los pigmentos, sus mezclas peculiares, sus texturas, así como sus juegos de pincel están en función de lograr un conjunto armonioso a la vez que detallista dentro de su estilo peculiar.
El artista emplea trazos largos y sueltos para delimitar los contornos, toques rápidos muy meditados y precisos para resaltar las luces y realizar los detalles de los vestidos y adornos, que denotan su maestría y su dominio de la técnica. Introduce capas de color ligeramente difuminadas, por ejemplo, en los vestidos y en los cabellos de los personajes, que sugieren detalles estructurales y decorativos, a la vez que efectos de relieve y de calidad de los tejidos, al mezclarse con las pinceladas y los toques de superficie que definen el último estado de la pintura. La rapidez de la ejecución queda patente en cualquiera de los adornos que llevan las figuras; las joyas, los lazos..., en ellos se superponen y se combinan los pigmentos, en algunos casos sin mezclar, produciendo el efecto óptico deseado.
El contraste entre las zonas más iluminadas y las oscuras, ciertos toques de iluminación, como el rayo de luz del fondo, los espacios en sombra existentes entre el borde del guardainfante de la infanta Margarita y el suelo, el recorte de las faldas de los vestidos de las Meninas y la posición de las figuras son algunos de los detalles que colaboran en la consecución del espacio tangible en la perspectiva del cuadro.En definitiva, Las Meninas resume la técnica de un genio que supo captar la realidad en sus más mínimos detalles y llevarla a los lienzos a través de sus pinceles, con rapidez y precisión, de una manera magistral.
Carmen Garrido es conservadora jefe del Museo del Prado y coautora de "Velázquez. La técnica de un genio"
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