sábado, 21 de agosto de 2010

Ballet El Lago de los Cisnes de Tchaikovsky


Dirección y coreografía Matthew Bourne
Compañía New Adventures

Adam Cooper como el Cisne

Orquesta New London
Dirección David Lloyd-Jones

Función en 15 partes




El Eterno masculino

2010 es el año del resurgimiento de “El lago de los cisnes” del inglés Matthew Bourne con su compañía New Adventures. Este Lago es el ballet más programado de los últimos años, la producción que más premios ha recibido, e incluye además el “galardón” de contar con Adam Cooper, quien estrenó la obra en 1995, cuyo exultante salto en cámara lenta como Billy Elliot adulto al final del filme homónimo todavía es recordado. Por cierto, a Bourne nunca le gustó aquel final por considerarlo demasiado “balletístico”, aunque previamente había rechazado la dirección del filme.

El público sigue delirando con este “Lago”. Es lo que quería Bourne: que ese “gran público”, grande de verdad, que nunca asiste al ballet ni ha oído hablar siquiera de que Tchaikovski existió, disfrute la música del ruso. El resto es Broadway, music-hall, y muchísimo cine —la primera pasión de Bourne—, al menos en lo que respecta a referencias: tantas son, que rastrearlas todas equivaldría a armar un mapa bastante completo del cine del siglo XX hasta los años sesenta.

¿Qué hay de malo en el music-hall?: Que los puristas irredentos pueden alarmarse. El propio Tchaikovski amaba el cabaret, el circo, el “music-hall” del San Petersburgo de su época. No olvidemos que lo que hoy es “clásico”, como el ballet y la ópera, antes era “popular”. En un proceso postmodernista a su manera, Bourne revierte la fórmula con este “Lago”: démosle al espectador lo “clásico” por medio de lo “popular”, ya que se merece ambos. Pero sobre todo, no deja de insistir Bourne en su extraordinario respeto a la partitura y en su obsesión de coreografiarla en plenitud —lo logra especialmente en las escenas de cisnes del segundo acto— y no parodiarla, pues merece lo “clásico”.

Hay aquí una “bofetada sin mano” que Bourne da a aquellos “teóricos de la cultura” y ciertos filósofos afines que han visto en la preponderancia de la “cultura de masas” otro signo de la “decadencia” de nuestros tiempos. La bofetada es sin mano porque la dan las piernas de estos bailarines: el estilo coreográfico huye deliberadamente del lenguaje del ballet que, desafortunadamente, es para iniciados. Sin embargo, es suficiente en sí mismo con respecto a lo que Bourne se propone, pues para ver la composición de Tchaikovski danzada en cada una de sus medidas, nos vamos al Ballet de la Opera de París.

Bourne, en tanto coreógrafo, no intentó emular a un Nureyev, ni siquiera a un Neumeier. No se trata de los términos convencionales, clásicos o no, con los que puede ser analizada una versión de “El lago de los cisnes”, pues las pautas y los retos de la partitura son inmensos, como decía Balanchine refiriéndose a que en el “Lago” todo era “bailable” y hasta “cantable” a la manera de arias de ópera.

El “Lago” de Bourne es coreográfico y musicalmente suficiente en sí mismo porque aprovecha cada segundo de las notas teatral, visual o coreográficamente. Siempre “sucede” algo. Gran lección del cine; no por gusto es Matthew Bourne.

No obstante, lo más determinante en esa “bofetada sin mano” a los detractores de la “cultura popular” no es el estilo, si no el que Bourne haya demostrado que usando los “códigos” populares —que no populistas— se puede lograr un producto de “alta cultura”. Incluso, por la profundidad de las lecturas de esta versión, más alta que las que ofrecen en ocasiones las versiones tradicionales.

Lo fundamental en este “Lago” es que Odette-Odile —el cisne blanco y el negro, doble rol interpretado habitualmente por la misma bailarina— es un cisne masculino; y éste, en su condición de “Odile”, es el personaje del “Extranjero”, seductor empedernido y ambiguo que flirtea con la madre del Príncipe, destrozando su corazoncito. Aquí, de la misma manera que en el “Lago” tradicional, el Príncipe se enamora de “Odette” (el cisne-hombre en Bourne), y es seducido por “Odile”, creación maléfica del brujo Von Rothbart para lograr romper el juramento de amor hecho por el Príncipe Sigfrido a Odette. Juramento de amor que le permitiría a Odette recuperar su condición humana.

Odile-el Extranjero, en Bourne, no destroza el corazón de Sigfrido porque lo seduzca meramente, como es el caso en el libreto convencional (seducción que revela ser una artimaña con el único objetivo de apartarlo de su compromiso con Odette, su verdadero amor). Para Bourne, se trata de que el Extranjero, delicioso playboy, conquista a la madre —la Reina madre— de Sigfrido, lo que provoca su desesperación, pues Sigfrido evoca el afecto que le entrega el Cisne en el Extranjero, pero éste prefiere a su progenitora.

Por otra parte, no existen ambigüedadades en la relación del príncipe con su madre, éstas son crudas, frías y directas. La Reina rechaza a su hijo, no tiene otra vocación que la autoritaria y encarna para él una imagen de perfección y afectividad inalcanzables que lo desmoralizan. Él se refugia en el amor de una atractiva muchacha que −otro pecado supremo− no es de la clase royal. El Príncipe se decepciona de nuevo, y luego, encuentra su ideal en ese cisne-hombre, fuerte y enigmático, con el que sueña. Al confundirlo con el Extranjero vuelve a padecer más desilusiones, pues no es su cisne, y además, ha elegido a su propia madre en lugar de a él. Son demasiados desengaños para este inocente Sigfrido de Bourne.

Además del cine, el otro gran polo de referencias es el de las monarquías europeas actuales, específicamente los royals británicos. La acción transcurre en la corte real de Inglaterra, desde los cincuenta del pasado siglo hasta nuestros días, aunque la corte de los Grimaldi de Mónaco es también visible en ciertos momentos, y quién sabe cuántas otras. Sin dudas, Bourne sabe cómo atizar el interés del gran público, el lector de tabloides.

Y estos cisnes-hombres son nuestros preferidos en el reciente universo de “El lago de los cisnes”. Porque son auténticos, claros y esenciales: son machos no por un capricho o una intención del coreógrafo, sino porque no pueden ser otra cosa. De la misma manera que hay cisnes hembras y machos. Con la concepción viril que les insufla, Bourne ha creado un nuevo signo del cisne en la danza, esta vez masculino. Aun cuando no ha sido ni el primero —ni siquiera en estos momentos, en que están de moda—, ni sea el último.

Pero la imagen de Bourne del cisne-macho es la que prevalece, por cuanto supo hallar cómo la gestualidad que asociamos con la del cisne se armoniza, naturalmente, con la que entendemos como masculina. De la misma forma —que todo se reduce a esto, a las “formas”— que Petipa e Ivanov inventaron en el “Lago” clásico la de la mujer-cisne, uno de los cimientos, si no el cimiento, del arte del ballet. Y una piedra de toque, más allá del ballet, de cierto imaginario occidental.

Lejos de ser grotesco, este nuevo signo es bello y poderoso, no sólo por esa gestualidad, sino además, por la adecuación coreográfica: Bourne se atrevió a coreografiar para hombres todas esas escenas míticas, que son el eterno femenino en puntas y blanco tutú. Y logró, por su eficacia expresiva aliada a la virilidad, el Eterno masculino.


El lago de los cisnes
Piotr Ilich Tchaikovsky



Acto I, Escena 1: El dormitorio del príncipe

 



Acto I, Escena 2: Un gran salón en el palacio



 
 
 
Acto I, Escena 3: Un gran salón en el palacio
 
 

 
 
 
Acto I, Escena 4: Un teatro del Estado

 

 
 
 
Acto I, Escena 5: El dormitorio del príncipe
Acto I, Escena 6: Un club privado en Soho

 

 
 
 
Acto I, Escena 7: Fuera del club



 
 
 
Acto II: Un parque en St. James (1/3)





Acto II: Un parque en St. James (2/3)





Acto II: Un parque en St. James (3/3) 





Acto III: El salón de baile del palacio (1/4)





Acto III: El salón de baile del palacio (2/4)





Acto III: El salón de baile del palacio (3/4)





Acto III: El salón de baile del palacio (4/4)





Acto IV: El dormitorio del príncipe  





Apoteosis (final)






Texto de Isis Wirth (fragmento)
Título original: Cuál es el Lago original de Chaikovski

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1 comentario:

  1. ¡Una maravilla este "Lago de los Cisnes"! Matthew Bourne fue el director de la película Billy y el asombroso bailarín que lo representa en la escena final es Adam Cooper.

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