Alemania 1819-1892
Los amantes de lo fantástico en el hombre, que son los mismos que defienden la doctrina de la moral instintiva, razonan de la siguiente forma: "Si admitimos que en toda época se ha honrado lo útil como divinidad suprema, ¿de dónde ha surgido entonces la poesía, ese ritmo de la palabra, que dificulta en lugar de facilitar la comunicación y que se ha extendido y aún extiende por todos los rincones de la tierra, como desafío a toda utilidad? Pues esa bella y agreste sinrazón de la poesía los refuta, utilitaristas. Lo que precisamente ha elevado al hombre ha sido tratar de liberarse de lo útil, y lo que le ha sido inspirado por la moral y el arte". Sin embargo, será necesario, en alguna medida, darle la razón a los utilitaristas – ¡y es que tan pocas veces la tienen que inspiran lástima!–. En los tiempos antiguos en los que nació la poesía, se consideraba que tenía una gran utilidad, una utilidad supersticiosa, desde que se permitió que en el discurso penetrara el ritmo, esa violencia que renueva el orden de todos los átomos de la frase, que impone elegir palabras y pinta los pensamientos con colores nuevos, haciéndolos más sombríos, más extraños, más lejanos. Se trataba de inculcar más profundamente en los dioses, merced al ritmo, una simpatía hacia los hombres, una vez comprobado que la memoria del hombre retiene mejor un verso que un discurso espontáneo; asimismo, se vio que mediante la cadencia rítmica era posible hacerse oír desde lejos, a mayores distancias, y se creyó que la oración en rima llegaba mejor a los oídos de los dioses. Pero antes se trató de sacar provecho del dominio elemental que sufre el hombre cuando oye música; el ritmo es una coacción, genera un ansia irresistible de ceder, de colocarse al unísono; y no son sólo los pies, sino también el alma quien sigue el compás. Se llegó a pensar que el alma de los dioses hacía lo mismo. Por eso se intentó sujetarlos mediante el ritmo, ejerciendo fuerza sobre ellos, arrojando alrededor de su cuello la poesía como un mágico nudo corredizo.
Existió una representación más admirable aún que quizás haya contribuido poderosamente a la formación de la poesía. En los pitagóricos, surge como doctrina filosófica y como medio del arte de la pedagogía; pero por el ritmo armónico, mucho antes de que existiesen filósofos, se reconoció a la música la virtud de descargar las pasiones, de purificar el alma, de atenuar la ferocidad del ánimo. La receta de esta cura del alma era que cuando se pierden la tensión y la armonía precisas, no hay más que danzar siguiendo el compás del cantante. Con esta fórmula, Terpandro calmó un motín, Empédocles amansó a un loco furioso y Damón purificó a un joven que languidecía de amor; esta misma cura del alma se aplicó también a los dioses que repentinamente se volvían desafiantes y vengativos; primero, llevando hasta el límite el delirio y la explosión de sus pasiones, es decir, enloqueciendo al dios enfurecido y alterando la represalia del dios vengativo. Todos los cultos orgiásticos tratan de descargar de golpe la ferocidad de una divinidad y convertirla en orgía, para que se sienta inmediatamente más libre y apaciguada y deje a los hombres en paz. Según la raíz del término, "melos" significa un medio de apaciguar, no porque el canto sea apacible en sí, sino porque su acción de fondo es aplacar. Y no sólo el canto de los cultos, sino también el canto profano de los tiempos más remotos presupone que el movimiento rítmico, al sacar agua o remar, ejerce un poder mágico. El canto hechiza a los demonios que se cree que actúan aquí, los vuelve serviciales, los encadena y los convierte en instrumentos de los hombres. Cada vez que se va a hacer algo, se tiene un motivo para cantar; toda acción está ligada a la asistencia de los espíritus; parece que la forma original de la poesía fue el encantamiento y el conjuro mágico. Cuando se recurrió también al verso para formular un oráculo —los griegos decían que el hexámetro había sido inventado en Delfos—, el ritmo debía también ser impuesto. Profetizar algo significa (según la etimología del término griego que considero verosímil) hacer que ese algo quede determinado; se cree poder obligar al futuro por el hecho de haberse ganado a Apolo, quien, según la representación más antigua, es mucho más que un dios que prevé el futuro. Tal y como se pronuncia la fórmula en su exactitud literal y rítmica, así queda encadenado el futuro, aunque aquella sea una invención de un Apolo que, como dios de los ritmos, puede también obligar a las diosas del destino. Así, entonces, considerándolo todo, ¿había para la antigua humanidad supersticiosa algo más útil que el ritmo? Permitía hacerlo todo: facilitar mágicamente un trabajo; obligar a un dios a aparecerse, a acercarse, a escuchar; hacer que el futuro correspondiese a lo que esperaba la voluntad; descargar el alma del individuo de cualquier desmesura (de la angustia, de la manía, de la necesidad de vengarse), y no sólo el alma del individuo, sino también la del demonio más perverso. Sin el ritmo no se era nada, por el ritmo se convertía uno casi en un dios. Un sentimiento tan arraigado no puede extirparse totalmente; todavía hoy, pese a los esfuerzos milenarios que se han hecho por combatir esta superstición, el más sensato de nosotros se convierte en un frenético del ritmo, ¡aunque sólo sea porque ha comprobado que un pensamiento resulta más verdadero en cuanto adopta una forma métrica y se manifiesta con un estremecimiento (¿por qué no decirlo?) divino! ¿Hay algo más divertido que ver a los filósofos más serios, comúnmente tan rigurosos en materia de certeza, referirse siempre a las sentencias de los poetas, para dar fuerza y credibilidad a sus pensamientos? Y, sin embargo, ¿no es más comprometedor para una verdad que le dé su asentimiento un poeta, en lugar de contradecirla? Pues como dijo Homero: "Los poetas mienten mucho".
Friedrich Nietzsche, La Gaya Ciencia, Parágrafo 84.
Madrid, 2002
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