jueves, 16 de mayo de 2013

Satori acaecido en Buenos Aires, Función Lenguaje

Por Javier Almodóvar


Explica Borges que en el zen, la meditación, que puede exigir muchos años, nos libra de nuestros hábitos mentales y nos prepara para ese súbito relámpago de intuición: el satori. El mismo autor nos refirió: “escribir no era tarea de Macedonio Fernández. Vivía (más que ninguna otra persona que he conocido) para pensar. Diariamente se abandonaba a las vicisitudes y sorpresas del pensamiento, como el nadador a un gran río, y esa manera de pensar que se llama escribir no le costaba el menor esfuerzo”. Desconfiado de la erudición y del conocimiento, enamorado del pensar (“escribir es el verdadero modo de no leer y de vengarse de haberse leído tanto”), Macedonio Fernández (1874-1952) tiene algo de místico oriental –echado a perder por la negación de Dios y un irrefrenable ingenio humorístico–, e igual que sucede con estos, sus cuentos, poemas y metafísica tienen por interlocutor a nuestra percepción intuitiva más que a nuestro presunto raciocinio.



Macedonio Fernández
 

Los aforismos del Tao Te King chino nos interrogan con construcciones verbales que eluden toda lógica –es decir niegan toda lógica–. Los escritos de Macedonio desarrollan las posibilidades de esos mismos mecanismos: rechazan nuestras expectativas y en su lugar se nos otorga la responsabilidad de hacer frente a la vía que se apunta como acceso a una nueva inteligibilidad del Ser (palabra tan desgastada hoy y tan fundamental en Macedonio.) Persona descreída de la historia (“en vano diga la historia, en volúmenes inmensos, sobre el mucho haber mundo antes de ese 1º de junio”) y, por lo tanto, de la autobiografía –en definitiva de cualquier explicación del ser a partir de la memoria de un pasado que se recuerda hoy–, Macedonio no admite más verdad que una ensoñación sin causa externa que localiza en una psique para la que solo reconoce un existir presente (“que la única realidad o ser es el Psiquismo”, “el sentir y el imaginar es lo único existente: nada existe que lo cause”) y en la que la partición vigilia y sueño es un artificio cuya absurda vigencia es imperioso derogar si se quiere acceder a algún tipo de verdad (“el ensueño y la vigilia son plena e igualmente reales”.) Convencido, por otro lado, de la relación entre la actitud del individuo y su eternidad (“puede crearse en el hábito mental una inhibición tan fuerte como un candado, una parálisis o un rinoceronte interpuesto entre nuestro pan del día y nuestro acto de asirlo y llevarlo a la boca”), también el tiempo –imposición del verbo –, merece la atención de Macedonio, quien recurre a la deconstrucción de la cronología para eludir su dictadura: las cosas suceden antes o después de haber sucedido, –¿Sueño o realidad?–, o bien se especula con el resultado de singulares propuestas como las operaciones de extirpación del sentido de futuridad –Cirugía psíquica de extirpación– que aseguran un vivir en intenso y perpetuo presente (“el pasado, ausente el futuro, también palidece, porque la memoria apenas sirve; pero qué intenso, total, eterno el presente”.) Nada que objetar a semejantes soluciones a la cuestión metafísica... excepto su irrelevancia frente al verdadero propósito de Macedonio: incitarnos a abrir los ojos precisamente allí dónde el lenguaje nos dice que han de permanecer cerrados, mirar con atención dónde se nos ha dicho que no hay otra cosa que nada, despreciar el tacto oleaginoso, el sabor insípido y el olor rancio del Acuerdo General –esa cosa de origen oscuro e intención siempre sospechosa–.

Recordemos su primer título: No todo es vigilia la de los ojos abiertos. Todo este andamiaje establece (pero no delimita) un territorio literario en que suceden el cuento y el poema, dentro de los que a menudo se persona el autor –esa psique incorpórea a la que alude el título–. Al igual que en los libros orientales de la sabiduría, los heterogéneos textos incluidos en Manera de una psique sin cuerpo nos revelan cuan frágil son los materiales con los que erigimos nuestra particular realidad. El empeño de Macedonio es demostrarnos, por múltiples vías, qué lejos está de la intuición un conocimiento lexicológico del mundo (“nombrar es separar, discernir de otra cosa, y no hay “otra cosa” de lo sentido”.) El enigma es, para él, cómo la palabra, emancipada e informada de atrofiado significado, se revela contra el hombre y establece divisiones artificiosas a las que una observación atenta demuestra que la realidad, una y otra vez, se resiste a adecuarse. Ya advierte Macedonio: “mantente en el Misterio, lector.”

No podemos olvidarnos en estas líneas de esa aparición que sucede aquí y allá: la de la amada esposa muerta –Elena Obieta– para quien escribe la elegía Elena Bellamuerte. En el lugar en el que debiera aparecer la queja, el lamento o el recuerdo, Macedonio afirma una búsqueda que, en la imposibilidad de su éxito encuentra su victoria: muerte burlada –“No eres, Muerte, quien por misterio / pueda mi menta hacer pálida / cual eres ¡si he visto / posar en ti sin sombra el mirar de una niña! / De aquella que te llamó a su partida / y partiendo sin ti, contigo me dejó / sin temer por mí”– y reemplazada por la búsqueda de la amada que al no aparecer niega su desaparición: “¿Dónde te busco, alma afanosa / alma ganosa, buscadora alma? / Por donde vaya mi seguimiento / -alma sin cansancio seguidora- / mi palabra te alcance”. Inquieta y emociona oír su grito tras la negación de la muerte: “Y si así no es ¡no cortes Hombre mi palabra! / Y si así no es, es porque es mucho más”.

En los textos diversos de Macedonio conviven, es cierto, tesis antagónicas, hecho que no le era ajeno y a lo que, por otro lado, no hay que dar mayor importancia. Es un autor que conmueve por su tenacidad y obstinación en negar la muerte y afirmar el amor y la vida, capaz de suspender nuestro escepticismo ante la paradoja con el fin de ofrecernos, mediante su superación, nuevas vías de conocimiento, un autor que tiene una especial agudeza para descubrir esa posibilidad narrativa que sorprende, a quien sabe verla, tras el final de la frase –aunque tantas veces se incline por el chiste, eso sí, nada fácil–. Es la suya una obra comenzada y necesariamente inacabada: su pretensión de encontrar una respuesta total (“porque Poeta es saberlo todo”) es un imposible y así lo reconoce: “aquí callo sin comprender”. No importa; queda para el lector continuar por el espacio que ha quedado a la vista –y sin descifrar– en el recorrido por las páginas de Macedonio. Una última clave para su lectura: “sería un fracaso que el lector leyera claramente cuando mi intento artístico va a que el lector se contagie de un estado de confusión”.

En FUNCION LENGUAJE

 Elena bellamuerte 
Macedonio Fernández
 (Poema completo)
 

                        No eres, Muerte, quien
                        por nombre de misterio
                        pueda a mi mente hacer pálida
                        cual a los cuerpos haces. ¡Si he visto
                        posar en ti sin sombra el mirar de una niña!
                        De aquella que te llamó a su partida
                        y partiendo sin ti, contigo me dejó
                        sin temer por mí. Quiso decirme
                        la que por ahínco de amor se hizo engafiosa:
                        «Mírala bien a la llamada y dejada: la Muerte.
                        Obra de ella no llevo en mí alguna
                        ni enojéla,
                        su cetro en mí no ha usado,
                        su paso no me sigue
                        ni nevó su palor ni de sus ropas hilos
                        sino luz de mi primer día,
                        y las alzadas vestes
                        que madre midió en primavera
                        y en estío ya son cortas;
                        ni asido a mí llevo dolor
                        pues ¡mírame! que antes es gozo de niña
                        que al seguro y ternura
                        de mirada de madre juega
                        y por extremar juego y de amor certeza
                        -ved que así hago contigo, y lo digo a tus lágrimas
                        a sus ojos se oculta.
                        Segura
                        de su susto curar con pronta vuelta».
                        ¡Si he visto cómo echaste
                        la caída de tu vuelo, tan frío,
                        a posarse al corazón de la amorosa!

                        Y cuál lo alzaste al pronto.
                        de tanta dulzura en cortesía
                        porque amor la regía,
                        porque amor defendía
                        de muerte allí.
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                        Yo sabía muerte pero aquél partir no.
                        Muerte es beldad y me quedó aprendida
                        por juego de niña que a sonreída muerte
                        echó la cabeza inventora
                        por ingenios de amor mucho luchada.
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                        Muerte es Beldad
                        mas muerte entusiasta,
                        partir sin muerte en luz de un primer día
                        es divinidad.

                        Grave y gracioso artificio
                        de muerte sonreída
                        ¡oh cuál juego de niña
                        lograste, Elena, niña vencedora!
                        Arriba de Dios fingidora
                        en hora última de mujer.

                        Mi ser perdido en cortesía
                        de gallardía tanta,
                        de alma a todo amor alzada.
                        ¿Cuánto será que a todo amor alzado,
                        servido a su vivir,
                        copa de muerte a su vivir servida,
                        pruebe otra vez, la eterna vez del alma,
                        el mirar de quien hoy sólo el ser de la Espera
                        cual sólo el ser de un Esperado tengo?


                        En CIUDAD SEVA


Manera de una psique sin cuerpo (Fábula)
Macedonio Fernández

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